El viento sopla fuerte en Chicago. Aunque hace sólo pocos días que murió el verano, la gente camina por la calle abrigada y muchos ya desempolvaron los sobretodos. Hace frío aquí y las noticias que llegan desde Washington y Wall Street no ayudan precisamente a entibiar el clima. En esta ciudad hoy reina la incertidumbre, el miedo al futuro, a endeudarse nuevamente, a perderlo todo. Los negocios están en aprietos; los créditos, congelados. Hay quien compara lo que sucede estos días en EE.UU. con la Argentina del 2001. "Aquí existe un corralito de facto, disfrazado. Hoy, si alguien va al banco y se quiere llevar 100.000 dólares de su cuenta, no se los dan. Le piden que vuelva la semana que viene, le dicen que la situación está difícil y le dan mil vueltas". Quien dice esto es Jaime Rojkind, presidente de la Cámara de Comercio Argentino-estadounidense del Midwest, con sede en esta ciudad. En diálogo con Clarín, este especialista en finanzas asegura que la situación "es similar a la Argentina en los tiempos de Cavallo" y que los depósitos -al menos las grandes sumas- están virtualmente congelados, "aunque aquí nunca lo van a admitir", dice Rojkind, porque iría en contra de todas las reglas del sistema capitalista.En las calles de Chicago sobrevuela la incertidumbre. Sentado en un banco del Millenium Park, Richard Díaz, de 59 años, dice a Clarín que está preocupado por el préstamo que sacó su hija para estudiar en la escuela de Arte de Chicago. "Ella tomó un crédito para estudiantes y lo debe devolver cuando se reciba, con su trabajo. Pero yo soy el garante y con esta situación no estoy seguro de que ella lo pueda pagar", cuenta.Díaz, además, no sabe qué hacer con la plata que guarda en el banco. El hombre es empleado del gobierno estatal y gana unos 60 mil dólares por año. Tiene algunos ahorros y en estos días de tormenta financiera prefirió gastar parte de su dinero. "Me compré un auto, un Toyota Camry de 20 mil dólares, en efectivo", cuenta. En el país del crédito fácil y el endeudamiento continuo comprar un coche cash era locura o ciencia ficción.Pero ahora muchos no quieren saber más nada de créditos. Y si quisieran conseguir uno es una misión casi imposible.El argentino Rojkind dice que "hay miedo en la gente, es casi un problema psicológico. Pero si esto sigue, dentro de muy poco tiempo va a ser un problema en serio y se va a notar dramáticamente".Como el crédito está congelado, dice Rojkind, los propietarios de los negocios están usando sus tarjetas de crédito para sacar dinero y pagar los sueldos a sus empleados. "Pero va a llegar el momento en que no puedan pagar más. Puede ser cuestión de días", dice. En este país, los salarios suelen pagarse cada 15 días y mañana viernes sería la primera quincena. Por eso, dice Rojkind, se entiende el apuro de sacar el paquete sí o sí antes de mañana.Otro dato avala la dependencia actual de las tarjetas de crédito: la tasa de interés de financiación de los plásticos trepó del 12% en 2006 al 34% hoy. Y los límites han bajado dramáticamente en las últimas semanas. Muchos vieron reducida su capacidad de gasto en un 50%.Hasta la clase acomodada tiene problemas para financiarse. Laurie Winters, una ejecutiva de 44 años que gana más de 130.000 dólares anuales, contó a Clarín que quiere comprarse un departamento y los bancos cada vez le piden más y más exigencias para obtener un crédito, con un pago inicial que saltó del 10 al 25% en los últimos meses (La necesidad...)."¿Preocupado? Nooooo... Estoy alarmado!. Mi fondo de retiro bajó horriblemente", dice a Clarín Joe Brahin, un jubilado de la industria procesadora de alimentos, de 79 años, cuyo fondo de pensión invertía en la Bolsa. "Mis acciones bajaron y ahora ni sé lo que tengo", dice. Saboreando amargamente un habano en el parque, Brahin vaticina que lo peor aún no pasó. Cree que es urgente que se apruebe el salvataje en el Congreso y que, aunque se considera un republicano, votará a Barack Obama porque "se necesitan caras nuevas para solucionar esta crisis".Andrew Pankov es un ingeniero en sistemas bielorruso, de 34 años, con ciudadanía estadounidense. Gana 80.000 dólares por año en una empresa de relaciones públicas y tiene esposa y dos hijos. "La crisis por ahora no me afectó directamente, pero estoy ajustando los gastos. Cambié mi camioneta por un Honda Accord, porque consume menos, y ahora voy a comprar comida a un supermercado mayorista", cuenta a Clarín, mientras fuma en la vereda de la avenida Michigan. "¿Préstamos? Aunque me lo dieran, ni lo pienso. Hoy, prefiero estar afuera de este sistema".
La necesidad de ajustarse el cinturón
"Desde que estalló la crisis, cambié mis hábitos dramáticamente", dice a Clarín Laurie Winters, soltera, de 44 años. Ejecutiva de ventas de una empresa de TV por cable, Winters gana más de US$ 130.000 por año, lo que se considera aquí un buen sueldo. Aunque la crisis no la afecta directamente, teme al futuro y por eso decidió ajustarse el cinturón. "Se acabaron las compras en las tiendas caras de moda", suspira en la vereda de la "Magnificent Mile", una especie de Quinta avenida neoyorquina, colmada de negocios lujosos de primerísimas marcas. "Antes compraba ropa aquí en Nordstrom -señala una tienda fashion a sus espaldas-- pero ahora me voy a Loehmann's o TJMaxx, para comprar más barato". En la calle State, algo alejadas de la avenida Michigan, esas tiendas ofrecen ropa de marcas conocidas con grandes descuentos. Pero el recorte llega más allá de las pilchas. "Yo salía mucho, iba a comer a restaurantes, iba a tomar una copa después de trabajar e invitaba a mis amigos. Esto se acabó. Se acabaron los restaurantes caros, los vinos franceses. Tampoco tomo más taxis. Aunque llueva, prefiero caminar". ¿Por qué tanto ajuste? Winters está ahorrando para comprarse un departamento y teme que todo se le esfume. "Tengo lo suficiente para tomar un préstamo, pero tengo miedo. Antes me pedían que pusiera un 10% del valor de la propiedad en cash. Ahora exigen más del 25%. No quiero que todos mis ahorros se vayan en un departamento. Ahora tengo un buen trabajo, pero en este momento nadie tiene la vida asegurada".
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